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CRÓNICA COSTUMBRISTA DE UN PREJUICIO VIRULENTO

Érase una vez, no mucho ha, en el metro madrileño, y en el transcurso de los corrientes, una curtida funcionaria del Ministerio de Educación, quien osó utilizar aquese medio populoso de transporte para la arribada a su centro de trabajo cotidiano.

Ufana se halló, pues un asiento vacío ubicó, con regocijo sentóse, mas poco duró, pues enseguida disgustóse, cuál no sería su desazón cuando in situ constata que un joven magrebí, limpio y buen porte, de vestimenta deportiva ataviado, tomaba asiento, ¡cuán desfachatez! a su justo lado.

Presta estuvo en un tris a alejar su cuerpo y su bolso de tan ofensiva proximidad. Y seguido miróle, todo abarcado, de arriba abajo con desprecio, más otra vez, con disgusto, y otra más con desdén y asco.

De todo ello percatado se hubo el morenito moro, y de soslayo mirando, musita un exabrupto. Atenta al quite, la gubernamental le espeta “¿¡Qué has dicho!?” y reitera a voces entre el atento y atónito perplejo público. La mano suya en el bolso introduce, unas llaves ase para contundente y furioso asesto descargar, su puño eleva, bien alto, por encima de la ofensiva mora testuz, y tan vergonzante ademán se detiene, pues he ahí otro funcionario educativo que próximo hallábase y calmare tal animadversión.

Levantóse el morito y alejóse della, acercóse a la puerta y atravesóla abierta. Salió prudente al andén de la venida estación, público atónito e incrédulo pero testigo, y presente el clamor della: “¿¡Qué vienes a hacer aquí!? ¡Vete a tu país! ¡Moro de mierda! ¡Fuera de aquí! ¡Moro de mierda!”

La vetusta funcionaria y el joven funcionario llegaron hasta las puertas de su Ministerio de Educación. ¡Qué personal!

(Relato costumbrista de un hecho real) §

Jairodín Riaza, Madrid, 15/10/2005

 

 

 

 

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