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DEL PERIPLO Y PENAR DEL JOVEN YÚSUF PARA A LOS SUYOS ENTERRAR

De nuevo son las calles de París, las que tomadas por jóvenes, nos indican que algo va mal, que un malestar profundo echó raíces y creció en el corazón de las nuevas generaciones de ciudadanos, mientras las clases acomodadas “bienpensantes” solo miraban su ombligo.

Rápido se extendió el reventón de los jóvenes descontentos por toda la República, con desmanes y más barricadas; lamentablemente también con daños y estragos. Y una vez más, cuando se constatan que las medidas socioeconómicas propuestas parecen ser solo palabras, el despido fácil y gratuito de aquellos que consigan un primer empleo, se añade al mayor descontento general. Esta vez con apoyos sindicales y manifestaciones generalizadas y más ordenadas; pero de nuevo a las barricadas.

El Reino de España no podía ser menos, así que se preparan las condiciones para el estallido: Se restringe y reprime el esparcimiento espontáneo de los jóvenes sin darles alternativas, sin salidas profesionales tras los estudios, sin ocio y sin trabajo… pero ¿y si además son judíos, evangélicos o musulmanes?

Recuerdo, años ha, la carita del pequeño Yúsuf (José), a la muerte de su abuelo, llamado por todos, vecinos y amigos, Juan, aunque Yahia en la intimidad del hogar. No había sitio para enterrar el cadáver de su abuelo. Su padre y más familiares se movieron y hablaron y hablaron; pero nada, las puertas cerradas. España es nuestra tierra, nuestro país, y nuestros conciudadanos no quieren que nuestros restos mortales contaminen sus “católicas” tierras. Tras múltiples llamadas, dan con las islámicas almas caritativas que acogen el cuerpo inerte de su abuelo en un cementerio andaluz. Se ven así inmersos en un triste viaje a través de la geografía española acompañando el coche fúnebre, a fin de dar digna sepultura al difunto ser querido que les ha dejado. Al viaje le siguieron privaciones pues todos los gastos corrieron del bolsillo de su padre, humilde trabajador, lo cual ahondó más la pena, durante más tiempo.

El pequeño Yusufito fue creciendo y comenzó a ir al colegio, donde observó con sus ojos curiosos, sin comprender el por qué, que los demás tenían clases de religión si querían, pero que a él se la negaban. Escuchaba las excusas que les daban con cara de póquer a sus padres y en todas las instancias. Los otros niños hablaban de apuntarse a la catequesis de la iglesia católica del barrio, y al preguntar en su casa el por qué no podía apuntarse él a la catequesis en la mezquita del barrio, le respondieron que ya la cerró el Ayuntamiento, y que no podría ser. El corazón de Josito se apagaba cada vez un poco más viendo la injusticia y la falta de igualdad de oportunidades.

Fue creciendo con la rudimentaria catequesis de su padre en casa, y realizando el culto en la intimidad del hogar, en la “clandestinidad” impuesta, hasta que le llegó la hora también a su padre de partir a mejor vida, y todos los amargos recuerdos de su infancia volvieron cuando hubo de buscar enterramiento digno para su bienamado prócer, de nombre Ismael, más común. Así transcurrieron y transcurren las vidas de muchos hispanomusulmanes, sintiendo la marginación, como Yúsuf Ben-Ismael Ben-Yahia.

En las crónicas de sucesos leímos cómo una familia de melillenses muslimes, de vacaciones por el sur peninsular, se vieron sorprendidos por la muerte del abuelo; no lo dudan, meten el cadáver en el maletero, y embarcan el coche hacia Melilla, para allí poder enterrarle como Dios manda. Los no-musulmanes leyeron jocosamente la noticia entre risas; pero los muslimes comprendimos la angustia de la familia, y lo que iban a padecer si declaraban el fallecimiento en tierras inhóspitas de catolicistas.

En la ceguera de la intolerancia, con su rigidez intransigente, se está sembrando el rencor más profundo que se pueda generar, la idea de que a más de un millón de ciudadanos no se les quiere ni vivos ni muertos, y muchos ya lo han podido comprobar. Sin clases de religión que les enseñen la moderación del mismo Nabí Mahoma, la sangre caliente de la juventud puede dirigirse a cualquier lado y explotar como en Francia o a la española; junto a los disconformes del resto de la juventud del país.

Desde el mismo Consejo de Europa se recomienda que no se pongan trabas al establecimiento de templos y cementerios de otros credos; pero ni la misma Alianza de Civilizaciones puede desmadejar el profundo entramado social de los integrismos intolerantes de los sectores reaccionarios por los pueblos de España.

Continuará…

(Los nombres propios reales han sido cambiados) §

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Jairodín Riaza, Madrid, 07/04/2006.

 

 

 

 

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